(InfoCatólica) El papa León XIV presidió ayer en la Plaza de San Pedro la Santa Misa con ocasión del Jubileo del Mundo Misionero y de los Migrantes, en el marco del Año Jubilar. En su homilía, el Pontífice propuso una reflexión centrada en la vocación misionera de la Iglesia y el rostro contemporáneo de la misión: la acogida y la solidaridad con quienes sufren, especialmente con los migrantes.
El Jubileo del Mundo Misionero y de los Migrantes, dijo el Papa, «es una hermosa ocasión para reavivar en nosotros la conciencia de la vocación misionera, que nace del deseo de llevar a todos la alegría y la consolación del Evangelio, especialmente a aquellos que viven una historia difícil y herida». Y añadió:
«Pienso en modo particular en los hermanos migrantes, que han debido abandonar su tierra, muchas veces dejando a sus seres queridos, atravesando las noches de miedo y de soledad, padeciendo en su propia piel la discriminación y la violencia».
León XIV recordó que «toda la Iglesia es misionera» y que existe una necesidad urgente de anunciar el Evangelio «sin demoras, sin asco y sin miedo», como indicó el papa Francisco en la exhortación Evangelii gaudium.
El Santo Padre hizo referencia al sufrimiento que afecta a diversas regiones del mundo y a la aparente ausencia de Dios en medio del dolor. «Ante estos escenarios oscuros, brota de nuevo el grito que tantas veces en la historia se ha elevado a Dios: Señor, ¿por qué no intervienes?, ¿por qué pareces ausente?». Y citó al profeta Habacuc: «¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio sin que tú escuches […]? ¿Por qué me haces ver la iniquidad y te quedas mirando la opresión?».
Al recordar una catequesis de Benedicto XVI, el Pontífice retomó esta interrogante: «Dios calla, y este silencio lacera el ánimo del orante, que llama incesantemente, pero sin encontrar respuesta. […] Dios parece tan distante, olvidadizo, tan ausente». No obstante, subrayó que la respuesta del Señor es una promesa de salvación que, aunque demorada, llega: «El que no tiene el alma recta, sucumbirá, pero el justo vivirá por su fidelidad».
En este sentido, explicó que la fe «no sólo nos ayuda a resistir al mal perseverando en el bien, sino que transforma nuestra existencia hasta hacerla un instrumento de la salvación que Dios sigue queriendo realizar en el mundo». Se trata de una fuerza discreta, añadió, que no se impone:
«Es suficiente un grano de mostaza para lograr cosas impensables, porque lleva en sí la fuerza del amor de Dios que abre caminos de salvación».
La misión, según el Papa, se concreta en acciones silenciosas y cotidianas: «Se realiza cuando nos comprometemos en primera persona y nos hacemos cargo, con la compasión del Evangelio, del sufrimiento del prójimo». Y añadió:
«Es una salvación que lentamente crece cuando nos hacemos “siervos inútiles”, es decir, cuando nos ponemos al servicio del Evangelio y de los hermanos no para buscar nuestros intereses, sino sólo para llevar al mundo el amor del Señor».
A partir de esa perspectiva, el papa León XIV proclamó que «hoy se abre en la historia de la Iglesia una época misionera nueva». Explicó que si durante mucho tiempo la misión se entendió como el «partir» hacia tierras lejanas, hoy ese paradigma se ha transformado:
«Las fronteras de la misión ya no son las geográficas, porque son la pobreza, el sufrimiento y el deseo de una esperanza mayor las que vienen hacia nosotros».
El Papa se refirió al testimonio de tantos migrantes que huyen de la violencia y el hambre. Describió su realidad con estas palabras: «El drama de su fuga, el sufrimiento que los acompaña, el miedo a no lograrlo, el riesgo de peligrosas travesías a lo largo de las costas del mar, su grito de dolor y desesperación». Y añadió:
«Esas barcas que esperan avistar un puerto seguro en el que detenerse y esos ojos llenos de angustia y esperanza que buscan una tierra firme a la que llegar, no pueden y no deben encontrar la frialdad de la indiferencia o el estigma de la discriminación».
A este respecto, León XIV propuso una nueva actitud misionera: «La cuestión no es “partir”, sino más bien “permanecer” para anunciar a Cristo a través de la acogida, la compasión y la solidaridad». Llamó a «permanecer sin refugiarnos en la comodidad de nuestro individualismo», y a «mirar a la cara a aquellos que llegan desde tierras lejanas y sufrientes». El Pontífice pidió abrir «los brazos y el corazón», para «acogerles como hermanos, ser para ellos una presencia de consolación y esperanza».
Reconoció y agradeció el trabajo de muchas personas comprometidas con la causa migratoria: «Son tantas las misioneras, los misioneros, pero también los creyentes y las personas de buena voluntad, que trabajan al servicio de los migrantes, y para promover una nueva cultura de la fraternidad sobre el tema de la migración». Afirmó, no obstante, que este servicio interpela a todos: «Este es el tiempo —como afirmaba papa Francisco— de constituirnos todos en un “estado permanente de misión”».
El Papa delineó dos caminos concretos para asumir este llamado: la cooperación misionera y la vocación misionera. Sobre el primer punto, pidió «promover una renovada cooperación misionera entre las Iglesias» y consideró que la presencia de fieles del sur global en países occidentales debe ser vista como una oportunidad. En cuanto a los misioneros que parten a otras tierras, les exhortó a vivir con «sagrado respeto» las culturas que encuentran y a «dirigir al bien todo lo que encuentran de bueno y de noble».
En relación con las vocaciones, el Pontífice se dirigió especialmente a Europa: «Hoy se necesita un nuevo impulso misionero, de los laicos, religiosos y sacerdotes que ofrezcan su servicio en las tierras de misión». Añadió que hacen falta nuevas propuestas y experiencias vocacionales que susciten este deseo, «especialmente en los jóvenes».
En la parte final de su homilía, León XIV dirigió un mensaje particular a los migrantes: «Son siempre bienvenidos. Los mares y los desiertos que han atravesado, en la Escritura son “lugares de salvación”, en los que Dios se hizo presente para salvar a su pueblo». Les deseó encontrar «este rostro de Dios en las misioneras y en los misioneros que encontrarán».
El Papa concluyó encomendando a todos a la Virgen María: «Primera misionera de su Hijo, que se pone en camino sin demora hacia los montes de Judea, llevando a Jesús en su seno y poniéndose al servicio de Isabel». Y pidió su intercesión «para que cada uno de nosotros sea colaborador del Reino de Cristo, Reino de amor, de justicia y de paz».