PRÓLOGO
El prólogo sirve de introducción
a la lectura, en este caso, de un texto peculiar, original, concienzudo,
exhaustivo, pedagógico, que abarca la personalidad compleja y apasionante de
JUAN EL BAUTISTA, PROFETA DEL DESIERTO.
La simple lectura de la
introducción, te abre el apetito, te provoca e impulsa a su lectura. Se intuyen
horizontes en la frontera de Dios y en el corazón de los anhelos profundos de
la persona humana. Ronda la utopía en medio de la opacidad de un mundo gris,
mediocre, de intereses bastardos.
JUAN BAUTISTA, PROFETA DEL
DESIERTO es un texto denso, apretado, bien pensado y estructurado que presenta
el perfil completo del “Precursor”, del “Mejor Testigo de la Luz”, “Promotor de
la justicia y de la solidaridad”, “la Voz que clama en el desierto”, “el
Profeta y más que un Profeta”, que prepara el camino, “el mayor hijo nacido de
mujer”, “aunque se quede en la aurora del Reino, pues el más pequeño en el
Reino de los cielos es mayor que él”.
Pero “para comprender el misterio
de Jesús”, hay que tener en cuenta que un punto de partida está en la profecía
de Juan el Bautista, una profecía preñada de esperanza y por eso mismo, llena
de esa indignación y esa “parresía” – valentía, coraje para decir la verdad –
que fue sembrando el Dios de Israel para llevar adelante la liberación y hacer
un pueblo nuevo.
Se multiplican las razones para
escribir y publicar este libro, hacía falta un libro que describiese la
personalidad completa de Juan el Bautista, pero un libro contextualizado en
aquel mundo judío, romano, en crisis económica profunda que resulta
imprescindible conocer para captar e interpretar su personalidad.
Personalidad que empieza por “ser
un niño Profeta”, un “hombre del desierto”, que irrumpe “con un mensaje provocador”.
Quebranta “el ritual único”. Recibe a un galileo en el Jordán. Se aproxima y
diferencia de los esenios. La fuerza de su testimonio le lleva a ser “mártir de
la verdad”. Con Jesús hace la parábola del profeta en las periferias. Y culmina
su peripecia e itinerario humano, creyente y profético, como el “precursor de
Jesús”.
Todo el libro está sembrado de
preguntas valientes e interrogaciones lúcidas, intentando abarcar todas las
dimensiones y facetas de la figura de Juan el Bautista, aplicadas a la Iglesia
de hoy, Misterio, Pueblo de Dios en comunión fraterna y en misión.
Resulta seductor y didáctico
contemplar al profeta del desierto, encarnado, interpretado y leído en el mundo
actual, globalizado, neoliberal, con fuerte crisis económica y de valores,
escuchando las voces de “los indignados” por todo el mundo, pero sobre todo las
voces de los pobres que no levantan cabeza.
Pero Juan el Bautista, nos lleva
a través de su autor, Francisco Javier Sáez de Maturana, misionero de raza y
casta, a no perder las esencias, las raíces de nuestra identidad bautismal, que
marca el sentido profundo y último de la vida, aun en los contextos más
adversos, inhóspitos y deshumanizantes.
Y en ese proceso de purificación
del desierto, en esa mística que traza y vive Juan el Bautista, somos capaces
de escribir el relato liberador y la parábola de la Iglesia Misterio
y Pueblo de Dios, en misión, comunión de comunidades, de hijos y hermanos,
todos iguales, participativos en la comunión, solidarios, proféticos; donde los
pobres ocupan el centro de la mesa; la autoridad se entiende como servicio y no
como poder, se busca diálogo ecuménico desde las bases; y los cristianos pueden
vivir en libertad, solidaridad, profecía, utopía, resistencia y parresía.
No se trata de una Iglesia nueva,
sino una manera nueva de ser Iglesia, un nuevo paradigma de Iglesia, poblada de
profetas y testigos, apóstoles, discípulos y seguidores de Jesús.
Y así llegamos al epicentro de
una Iglesia en salida, presente en las periferias humanas y geográficas que nos
pide el obispo de Roma, Francisco. Y ahí mismo nos encontramos en la
inspiración y proyección del Concilio Vaticano II, que no cita explícitamente
muchas veces, pero se explica porque este texto se escribe en la lectura,
música y mística del Concilio Vaticano II, que se vive, practica y ejerce en
todo el libro.
Con Juan Bautista, empieza un
nuevo tiempo, la nueva era. “En aquella época de fuertes tensiones sociales,
económicas y de temores relacionados con el futuro, cada vez mayores; una época
en la que la justicia y el pecado dominaban todo, Juan se presentó en el
desierto fuera de la tierra habitada… abriendo la posibilidad de salvación con
la vuelta a la alianza, que Dios había hecho con sus antepasados. El profeta
colocaba de nuevo al pueblo, en el desierto, a las puertas de la tierra
prometida, pero fuera de ella”.
Quiero resaltar los rasgos de
identidad del profeta del desierto, con las mismas palabras del autor que nos
muestra la figura señera que fue en la Historia de la Salvación y seguidamente
una lectura humana y creyente de Juan Bautista aplicada a la actualidad.
La vida de Juan, fue la vida de
un hombre marginal. Vivió en aquella sociedad y en aquella religión, pero en
las márgenes. Eligió el desierto para vivir. Su forma de vestir, de comer y su
mensaje muestra que no fue un funcionario integrado en el sistema sino un
“auto-excluido del mismo”. Juan preparó el camino del Señor, viviendo desde
Dios, dejándose llevar de su Espíritu, mediante la denuncia, la exigencia, la
urgencia de un cambio de vida. El profeta del desierto, tenía la autoridad del
que obedece a la voz de Dios, una voz que le lleva fuera del sistema.
El mensaje de Juan, podía parecer
tenebroso, que sólo anunciaba calamidades, pero escuchando a Lucas 3, 10 – 14,
no era así, pues él quería que la tierra se transformase y aconteciese el
Reino.
Barruntó un nuevo tiempo, el
tiempo de la ternura activa y transformadora de Dios, y quiso entrar en ese
nuevo tiempo, quiso incluso anticiparlo. De la mano de Juan a quién se adhirió
y de quien asumió su llamamiento general a la conversión y a la acogida final
del perdón de Dios, se sumergió en las aguas del Jordán par a sumergirse en el
nuevo tiempo que intuía y esperaba y él mismo anunciaría pronto: “El tiempo se
ha cumplido: El Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia ”.
Juan era el último de los
profetas, el precursor. Su nacimiento y su misión se sitúan entre los dos
testamentos. No será punto de ruptura, sino de conexión y cambio. El será el
que haga saber al pueblo del antiguo testamento que llega la buena noticia de
Jesús.
Por las imágenes que los artistas
han elaborado de Juan el Bautista, el profeta, tanto de niño como de adulto, es
conocido por su dedo. Hasta el refrán dice “hasta que San Juan baje el dedo”.
Sí, Juan será un dedo, pero no apuntando al pasado, sino al que está viniendo.
El dedo que apunta a lo nuevo, al cambio, ojalá nuestros dedos hicieran como el
dedo de Juan…
Desde la periferia, sin el apoyo
de nadie, sin invocar autoridad alguna que legitimara su actuación, desde fuera
de la tierra sagrada y del templo, en el ámbito de lo profano, en una región
deshabitada y no cultivada, gritará su mensaje, invitando a todos a ir donde él
estaba, para reconocer y arrepentirse de los pecados, vivir una conversión
radical, cuyo símbolo no sería ya los sacrificios de los animales, sino el
bautismo en el Río Jordán, y así poder ingresar renovados de nuevo en la Tierra Prometida
para coger la inminente llegada de Dios.
La experiencia fue creciendo en
él de la bondad, la compasión y la misericordia de Dios, que fueron
determinantes. Él experimenta a Dios, no como una amenaza para la vida o como
el hacha que se eleva contra el árbol, sino que deja que la vida sea, a pesar
de que todos hubieran merecido la muerte. Esta es la experiencia fundamental de
Jesús: La vida tiene una posibilidad.
Se veía cómo Jesús manifestaba la
compasión universal y regeneradora de Dios para todos, no solo para los
bautizados en el Jordán. Él demostraba así que el Reino se estaba haciendo
presente y a través de signos de misericordia concreta, como la curación de las
enfermedades y la victoria sobre el mal. El Reino no es una especie de identidad
abstracta, Jesús lo entendió como salud personal de cuerpo y alma como perdón,
comida y libertad en un espacio y en tiempo concretos, en este mismo momento,
por allí donde iba, y sabiendo que sólo Dios podía culminar su obra en el
Reino.
Esbozo una lectura humana y
creyente de Juan Bautista, aplicada a la actualidad según los datos del libro
de Francisco Javier Sáez de Maturana, revelador y didáctico.
Juan famoso desde Judea hasta
Galilea, era un hombre “marginal” en la sociedad y religión judía de su tiempo.
Vivía en las márgenes de aquella sociedad y de aquella religión. Vivía en el
desierto, comía y vestía pobremente, su mensaje era de denuncia y se enfrentó
con los poderes políticos. Fue curioso que su voz era escuchada por los
“publicanos y prostitutas” (Mt. 21, 32) y rechazado por los sacerdotes y
senadores (Mt. 21, 32 y Mt. 21, 23).
Juan no era un hombre integrado
en el sistema, más bien era autoexcluido. Vivió como los grandes profetas;
propone un mundo alternativo, otra forma de vida, otros valores, otros
criterios. Juan, como profeta, habló de un modo nuevo y distinto. Para hacer
eso, no se puede ser mero funcionario del sistema. Si creyéramos en la fuerza
del Espíritu del Evangelio, eso haríamos todos, empezando por los obispos, como
hace el obispo de Roma, Francisco, a quien no seguimos. Qué razón tiene José
María Castillo cuando dice “desde la pompa y el boato no se puede denunciar la
maldad”.
Entre Jesús y Juan, se dan notas
comunes. Según el cuarto Evangelio, los primeros discípulos de Jesús,
pertenecían a Juan el Bautista, que no hizo problema de ello. Más tarde, cuando
se produjeron roces entre los discípulos de Jesús y de Juan el Bautista (Jn. 3,
25 - 26), Juan cortó las rivalidades: “Él debe crecer y yo menguar” (Jn. 3,
30). El Evangelio no tolera ni protagonismos, ni proselitismos. Tiene razón el
Kempis, cuando afirma algo que todos sufrimos:
“El descontento y alterado,
con diversas sospechas,
se atormenta,
ni él sosiega,
ni deja descansar a los otros”.
Juan y Jesús hablan de un
proyecto de vida. En estos relatos del Evangelio se piensa en ser más honestos,
éticos, buenos, que podemos traducir en ser mejores ciudadanos y profesionales.
El Dios que nos explica Jesús, no
es el dios del miedo, sino el padre de la misericordia, la bondad y compasión.
El dios del miedo, quiere personas sometidas, no honradas. Y lo que necesitamos
en la vida, es honradez, honestidad, bondad, justicia, solidaridad, compartir y
no sumisión.
Juan, pedía a las personas, a la
sociedad, cambiar las costumbres, ser más honestos, practicar una religiosidad
más auténtica. Es lo que simbolizaba al meter las personas en el Río Jordán;
introducirlas en el agua era como morir y nacer de nuevo. El que muere, nace de
nuevo y es una persona nueva. Y es lo que hizo Jesús, se puso en la fila, entre
la gente, para ser bautizado.
Desde lo humano, se nos revela lo
divino. Precisamente en lo más sencillamente humano, se hace presente y visible
el Dios trascendente. El mensaje de Jesús, tiene como fin, hacernos más
humanos, más honrados, más responsables, tolerantes, respetuosos, personas
buenas, sensibles al sufrimiento y a la felicidad de los demás, en una palabra,
buenos ciudadanos. La fe, la oración, la mística, nos ayudan hacer entre todos
un mundo más humano y más habitable para todos, porque la actual no lo es.
La buena noticia, tanto de Juan
como de Jesús, no empezó en el templo, ni vino de sus funcionarios, sino del
desierto, de los profetas del desierto. Podíamos decir que el Evangelio empieza
primero en lo laico, antes que en lo religioso, que también cuenta y está
presente. Hemos de empezar a vivir lo religioso, respetando lo humano, lo
temporal, lo laico, si la religión no respeta este criterio, hace daño a la
gente y a Dios.
Sin embargo hay diferencias entre
Jesús y Juan. El tema central para Juan Bautista, fue el pecado y la confesión
de los pecados (Mt. 3, 5 – ss y Lc 3, 3). En cambio, el tema central para
Jesús, fue la vida, la alegría de la gente, su felicidad y la vida de los
pobres, enfermos y felicidad de los que sufren y la alegría de los que han
perdido la esperanza y la “comensalía de todos”, especialmente de los excluidos.
Parece que a Jesús, le importaba
más luchar contra el sufrimiento del pueblo, que hablar del pecado, nos invita
hacer lo que Él hacía: Curar enfermos, dar de comer y cuidar las relaciones
humanas para una buena convivencia que, dice José María Castillo. Algunos, no
sé si con acierto, comparan a Juan Bautista con un entierro y, en cambio, a
Jesús con una boda. Juan ni comía ni bebía y a Jesús le llamaban comilón y
bebedor.
A veces insistimos en exceso en
la renuncia, el sacrificio y las prohibiciones, como camino para acercarnos a
Dios. Y sin embargo, lo que más nos asemeja a Jesús es anunciar y vivir el
gozo y la felicidad, sobre todo, hacer felices a los demás.
Tiene razón José María Castillo
cuando afirma que contagiar felicidad es más difícil y costoso que imponer
penitencia. A Jesús le encontramos dando felicidad y no en la tristeza del luto
y de la muerte. Así
nos lo muestra el obispo de Roma, Francisco. El nuevo itinerario pascual, el
paradigma eclesial más evangélico nos lo traza Francisco en la Exhortación Apostólica
“La Alegría del Evangelio, 2013” .
Hemos de reconocer que Juan
Bautista, el profeta del desierto, nos recuerda el inicio de uno de los cambios
más decisivos en la historia de la humanidad. No celebramos su muerte, sino su
nacimiento. “Con Juan se cierra la etapa marcada por la ley religiosa y se abre
la etapa del Reino que es vida para los pobres, excluidos, enfermos para lo
desechable y descartable de este mundo”. En Jesús triunfa lo que fracasa en el
mundo. Eso nos viene a decir que el hecho religioso, se desplaza, ya no está en
el templo, sino en la calle, en el campo, en el desierto.
Lo central ya no será lo sagrado,
sino lo profano, sin olvidar aquello. Juan fue un hombre del desierto, lugar de
peligro y marginación, donde vivían gentes que no tenían buena relación con el
templo, como los mojes de Qumram”. Así se expresa José María Castillo.
Concluyo recomendándote vivamente
su lectura, pues puedes descubrir que Juan Bautista fue y es un kairós en el
Pueblo de Dios ayer y hoy. Y también en su lectura, puedes encontrar la
inspiración y la luz para seguir los pasos del obispo de Roma, Francisco, en
una Iglesia en salida y del encuentro.
Obispo emérito de Palencia