JUAN EL BAUTISTA, PROFETA DEL DESIERTO. Prólogo de Ob. Em. Nicolás Castellanos, osa.

PRÓLOGO

El prólogo sirve de introducción a la lectura, en este caso, de un texto peculiar, original, concienzudo, exhaustivo, pedagógico, que abarca la personalidad compleja y apasionante de JUAN EL BAUTISTA, PROFETA DEL DESIERTO.
La simple lectura de la introducción, te abre el apetito, te provoca e impulsa a su lectura. Se intuyen horizontes en la frontera de Dios y en el corazón de los anhelos profundos de la persona humana. Ronda la utopía en medio de la opacidad de un mundo gris, mediocre, de intereses bastardos.


JUAN BAUTISTA, PROFETA DEL DESIERTO es un texto denso, apretado, bien pensado y estructurado que presenta el perfil completo del “Precursor”, del “Mejor Testigo de la Luz”, “Promotor de la justicia y de la solidaridad”, “la Voz que clama en el desierto”, “el Profeta y más que un Profeta”, que prepara el camino, “el mayor hijo nacido de mujer”, “aunque se quede en la aurora del Reino, pues el más pequeño en el Reino de los cielos es mayor que él”.

Pero “para comprender el misterio de Jesús”, hay que tener en cuenta que un punto de partida está en la profecía de Juan el Bautista, una profecía preñada de esperanza y por eso mismo, llena de esa indignación y esa “parresía” – valentía, coraje para decir la verdad – que fue sembrando el Dios de Israel para llevar adelante la liberación y hacer un pueblo nuevo.

Se multiplican las razones para escribir y publicar este libro, hacía falta un libro que describiese la personalidad completa de Juan el Bautista, pero un libro contextualizado en aquel mundo judío, romano, en crisis económica profunda que resulta imprescindible conocer para captar e interpretar su personalidad.

Personalidad que empieza por “ser un niño Profeta”, un “hombre del desierto”, que irrumpe “con un mensaje provocador”. Quebranta “el ritual único”. Recibe a un galileo en el Jordán. Se aproxima y diferencia de los esenios. La fuerza de su testimonio le lleva a ser “mártir de la verdad”. Con Jesús hace la parábola del profeta en las periferias. Y culmina su peripecia e itinerario humano, creyente y profético, como el “precursor de Jesús”.

Todo el libro está sembrado de preguntas valientes e interrogaciones lúcidas, intentando abarcar todas las dimensiones y facetas de la figura de Juan el Bautista, aplicadas a la Iglesia de hoy, Misterio, Pueblo de Dios en comunión fraterna y en misión.

Resulta seductor y didáctico contemplar al profeta del desierto, encarnado, interpretado y leído en el mundo actual, globalizado, neoliberal, con fuerte crisis económica y de valores, escuchando las voces de “los indignados” por todo el mundo, pero sobre todo las voces de los pobres que no levantan cabeza.

Pero Juan el Bautista, nos lleva a través de su autor, Francisco Javier Sáez de Maturana, misionero de raza y casta, a no perder las esencias, las raíces de nuestra identidad bautismal, que marca el sentido profundo y último de la vida, aun en los contextos más adversos, inhóspitos y deshumanizantes.

Y en ese proceso de purificación del desierto, en esa mística que traza y vive Juan el Bautista, somos capaces de escribir el relato liberador y la parábola de la Iglesia Misterio y Pueblo de Dios, en misión, comunión de comunidades, de hijos y hermanos, todos iguales, participativos en la comunión, solidarios, proféticos; donde los pobres ocupan el centro de la mesa; la autoridad se entiende como servicio y no como poder, se busca diálogo ecuménico desde las bases; y los cristianos pueden vivir en libertad, solidaridad, profecía, utopía, resistencia y parresía.

No se trata de una Iglesia nueva, sino una manera nueva de ser Iglesia, un nuevo paradigma de Iglesia, poblada de profetas y testigos, apóstoles, discípulos y seguidores de Jesús.

Y así llegamos al epicentro de una Iglesia en salida, presente en las periferias humanas y geográficas que nos pide el obispo de Roma, Francisco. Y ahí mismo nos encontramos en la inspiración y proyección del Concilio Vaticano II, que no cita explícitamente muchas veces, pero se explica porque este texto se escribe en la lectura, música y mística del Concilio Vaticano II, que se vive, practica y ejerce en todo el libro.

Con Juan Bautista, empieza un nuevo tiempo, la nueva era. “En aquella época de fuertes tensiones sociales, económicas y de temores relacionados con el futuro, cada vez mayores; una época en la que la justicia y el pecado dominaban todo, Juan se presentó en el desierto fuera de la tierra habitada… abriendo la posibilidad de salvación con la vuelta a la alianza, que Dios había hecho con sus antepasados. El profeta colocaba de nuevo al pueblo, en el desierto, a las puertas de la tierra prometida, pero fuera de ella”.

Quiero resaltar los rasgos de identidad del profeta del desierto, con las mismas palabras del autor que nos muestra la figura señera que fue en la Historia de la Salvación y seguidamente una lectura humana y creyente de Juan Bautista aplicada a la actualidad.

La vida de Juan, fue la vida de un hombre marginal. Vivió en aquella sociedad y en aquella religión, pero en las márgenes. Eligió el desierto para vivir. Su forma de vestir, de comer y su mensaje muestra que no fue un funcionario integrado en el sistema sino un “auto-excluido del mismo”. Juan preparó el camino del Señor, viviendo desde Dios, dejándose llevar de su Espíritu, mediante la denuncia, la exigencia, la urgencia de un cambio de vida. El profeta del desierto, tenía la autoridad del que obedece a la voz de Dios, una voz que le lleva fuera del sistema.

El mensaje de Juan, podía parecer tenebroso, que sólo anunciaba calamidades, pero escuchando a Lucas 3, 10 – 14, no era así, pues él quería que la tierra se transformase y aconteciese el Reino.

Barruntó un nuevo tiempo, el tiempo de la ternura activa y transformadora de Dios, y quiso entrar en ese nuevo tiempo, quiso incluso anticiparlo. De la mano de Juan a quién se adhirió y de quien asumió su llamamiento general a la conversión y a la acogida final del perdón de Dios, se sumergió en las aguas del Jordán par a sumergirse en el nuevo tiempo que intuía y esperaba y él mismo anunciaría pronto: “El tiempo se ha cumplido: El Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia”.

Juan era el último de los profetas, el precursor. Su nacimiento y su misión se sitúan entre los dos testamentos. No será punto de ruptura, sino de conexión y cambio. El será el que haga saber al pueblo del antiguo testamento que llega la buena noticia de Jesús.

Por las imágenes que los artistas han elaborado de Juan el Bautista, el profeta, tanto de niño como de adulto, es conocido por su dedo. Hasta el refrán dice “hasta que San Juan baje el dedo”. Sí, Juan será un dedo, pero no apuntando al pasado, sino al que está viniendo. El dedo que apunta a lo nuevo, al cambio, ojalá nuestros dedos hicieran como el dedo de Juan…

Desde la periferia, sin el apoyo de nadie, sin invocar autoridad alguna que legitimara su actuación, desde fuera de la tierra sagrada y del templo, en el ámbito de lo profano, en una región deshabitada y no cultivada, gritará su mensaje, invitando a todos a ir donde él estaba, para reconocer y arrepentirse de los pecados, vivir una conversión radical, cuyo símbolo no sería ya los sacrificios de los animales, sino el bautismo en el Río Jordán, y así poder ingresar renovados de nuevo en la Tierra Prometida para coger la inminente llegada de Dios.

La experiencia fue creciendo en él de la bondad, la compasión y la misericordia de Dios, que fueron determinantes. Él experimenta a Dios, no como una amenaza para la vida o como el hacha que se eleva contra el árbol, sino que deja que la vida sea, a pesar de que todos hubieran merecido la muerte. Esta es la experiencia fundamental de Jesús: La vida tiene una posibilidad.

Se veía cómo Jesús manifestaba la compasión universal y regeneradora de Dios para todos, no solo para los bautizados en el Jordán. Él demostraba así que el Reino se estaba haciendo presente y a través de signos de misericordia concreta, como la curación de las enfermedades y la victoria sobre el mal. El Reino no es una especie de identidad abstracta, Jesús lo entendió como salud personal de cuerpo y alma como perdón, comida y libertad en un espacio y en tiempo concretos, en este mismo momento, por allí donde iba, y sabiendo que sólo Dios podía culminar su obra en el Reino.

Esbozo una lectura humana y creyente de Juan Bautista, aplicada a la actualidad según los datos del libro de Francisco Javier Sáez de Maturana, revelador y didáctico.
Juan famoso desde Judea hasta Galilea, era un hombre “marginal” en la sociedad y religión judía de su tiempo. Vivía en las márgenes de aquella sociedad y de aquella religión. Vivía en el desierto, comía y vestía pobremente, su mensaje era de denuncia y se enfrentó con los poderes políticos. Fue curioso que su voz era escuchada por los “publicanos y prostitutas” (Mt. 21, 32) y rechazado por los sacerdotes y senadores (Mt. 21, 32 y Mt. 21, 23).

Juan no era un hombre integrado en el sistema, más bien era autoexcluido. Vivió como los grandes profetas; propone un mundo alternativo, otra forma de vida, otros valores, otros criterios. Juan, como profeta, habló de un modo nuevo y distinto. Para hacer eso, no se puede ser mero funcionario del sistema. Si creyéramos en la fuerza del Espíritu del Evangelio, eso haríamos todos, empezando por los obispos, como hace el obispo de Roma, Francisco, a quien no seguimos. Qué razón tiene José María Castillo cuando dice “desde la pompa y el boato no se puede denunciar la maldad”.

Entre Jesús y Juan, se dan notas comunes. Según el cuarto Evangelio, los primeros discípulos de Jesús, pertenecían a Juan el Bautista, que no hizo problema de ello. Más tarde, cuando se produjeron roces entre los discípulos de Jesús y de Juan el Bautista (Jn. 3, 25 - 26), Juan cortó las rivalidades: “Él debe crecer y yo menguar” (Jn. 3, 30). El Evangelio no tolera ni protagonismos, ni proselitismos. Tiene razón el Kempis, cuando afirma algo que todos sufrimos:

“El descontento y alterado,
con diversas sospechas,
se atormenta,
ni él sosiega,
ni deja descansar a los otros”.

Juan y Jesús hablan de un proyecto de vida. En estos relatos del Evangelio se piensa en ser más honestos, éticos, buenos, que podemos traducir en ser mejores ciudadanos y profesionales.

El Dios que nos explica Jesús, no es el dios del miedo, sino el padre de la misericordia, la bondad y compasión. El dios del miedo, quiere personas sometidas, no honradas. Y lo que necesitamos en la vida, es honradez, honestidad, bondad, justicia, solidaridad, compartir y no sumisión.

Juan, pedía a las personas, a la sociedad, cambiar las costumbres, ser más honestos, practicar una religiosidad más auténtica. Es lo que simbolizaba al meter las personas en el Río Jordán; introducirlas en el agua era como morir y nacer de nuevo. El que muere, nace de nuevo y es una persona nueva. Y es lo que hizo Jesús, se puso en la fila, entre la gente, para ser bautizado.
Desde lo humano, se nos revela lo divino. Precisamente en lo más sencillamente humano, se hace presente y visible el Dios trascendente. El mensaje de Jesús, tiene como fin, hacernos más humanos, más honrados, más responsables, tolerantes, respetuosos, personas buenas, sensibles al sufrimiento y a la felicidad de los demás, en una palabra, buenos ciudadanos. La fe, la oración, la mística, nos ayudan hacer entre todos un mundo más humano y más habitable para todos, porque la actual no lo es.

La buena noticia, tanto de Juan como de Jesús, no empezó en el templo, ni vino de sus funcionarios, sino del desierto, de los profetas del desierto. Podíamos decir que el Evangelio empieza primero en lo laico, antes que en lo religioso, que también cuenta y está presente. Hemos de empezar a vivir lo religioso, respetando lo humano, lo temporal, lo laico, si la religión no respeta este criterio, hace daño a la gente y a Dios.
Sin embargo hay diferencias entre Jesús y Juan. El tema central para Juan Bautista, fue el pecado y la confesión de los pecados (Mt. 3, 5 – ss y Lc 3, 3). En cambio, el tema central para Jesús, fue la vida, la alegría de la gente, su felicidad y la vida de los pobres, enfermos y felicidad de los que sufren y la alegría de los que han perdido la esperanza y la “comensalía de todos”, especialmente de los excluidos.

Parece que a Jesús, le importaba más luchar contra el sufrimiento del pueblo, que hablar del pecado, nos invita hacer lo que Él hacía: Curar enfermos, dar de comer y cuidar las relaciones humanas para una buena convivencia que, dice José María Castillo. Algunos, no sé si con acierto, comparan a Juan Bautista con un entierro y, en cambio, a Jesús con una boda. Juan ni comía ni bebía y a Jesús le llamaban comilón y bebedor.
A veces insistimos en exceso en la renuncia, el sacrificio y las prohibiciones, como camino para acercarnos a Dios. Y sin embargo, lo que más nos asemeja a Jesús es anunciar y vivir el gozo y la felicidad, sobre todo, hacer felices a los demás.

Tiene razón José María Castillo cuando afirma que contagiar felicidad es más difícil y costoso que imponer penitencia. A Jesús le encontramos dando felicidad y no en la tristeza del luto y de la muerte. Así nos lo muestra el obispo de Roma, Francisco. El nuevo itinerario pascual, el paradigma eclesial más evangélico nos lo traza Francisco en la Exhortación Apostólica “La Alegría del Evangelio, 2013”.

Hemos de reconocer que Juan Bautista, el profeta del desierto, nos recuerda el inicio de uno de los cambios más decisivos en la historia de la humanidad. No celebramos su muerte, sino su nacimiento. “Con Juan se cierra la etapa marcada por la ley religiosa y se abre la etapa del Reino que es vida para los pobres, excluidos, enfermos para lo desechable y descartable de este mundo”. En Jesús triunfa lo que fracasa en el mundo. Eso nos viene a decir que el hecho religioso, se desplaza, ya no está en el templo, sino en la calle, en el campo, en el desierto.

Lo central ya no será lo sagrado, sino lo profano, sin olvidar aquello. Juan fue un hombre del desierto, lugar de peligro y marginación, donde vivían gentes que no tenían buena relación con el templo, como los mojes de Qumram”. Así se expresa José María Castillo.

Concluyo recomendándote vivamente su lectura, pues puedes descubrir que Juan Bautista fue y es un kairós en el Pueblo de Dios ayer y hoy. Y también en su lectura, puedes encontrar la inspiración y la luz para seguir los pasos del obispo de Roma, Francisco, en una Iglesia en salida y del encuentro.

Nicolás Castellanos Franco osa

Obispo emérito de Palencia