2 de Marzo, Día de Hispanoamérica

LA ALEGRÍA DE SER MISIONERO

El papa Francisco, por un lado, y la "alegría" inherente a la misión, por otro, son los protagonistas del Día de Hispanoamérica de este año, que la Iglesia española celebra el domingo 2 de marzo. El año pasado, la colecta de esta jornada permitió poner a disposición de los misioneros y misioneras españoles en América 78.473 euros, una pequeña gota de agua en un mar de necesidades y proyectos misioneros.

“Mira, yo he llorado muchas veces. Unas ha sido de dolor, otras de felicidad, pero, gracias a Dios, nunca he llorado por desesperación. Porque, vayan bien o mal las cosas, yo sé que Dios está allí, que nos ama, que se preocupa por nosotros”. Leticia, la autora de esta frase, es mexicana y no tiene trabajo. Está casada con un español y es madre de cuatro hijos –dos de ellos de corta edad– que ahora crecen y se educan en Madrid. La crisis hace mella en su familia, pero ella hace honor a su nombre (laetitia=alegría) y es el soporte, el pilar, el rodrigón en el que se apoyan los suyos. Su experiencia de Dios le lleva a ser positiva y optimista. La suya es una fe sin fisuras y envidiable, que no duda en compartir con sus allegados. Con sus palabras, con su ejemplo, esta “inmigrante” evangeliza, transmite la Buena Noticia de Jesús de Nazaret. Tal vez no lo sepa, y quizá ni siquiera lo pretenda, pero Leticia es una misionera de la “nueva evangelización”.

El gozo y la alegría de los que hace gala Leticia cuando habla de su fe son, precisamente, los protagonistas del Día de Hispanoamérica, que, como siempre, desde su instauración en 1959, la Iglesia española celebra el primer domingo de marzo. De hecho, el lema de la jornada nos habla este año de eso, de la “alegría” que supone compartir y transmitir la experiencia de Jesús en nuestras vidas; una alegría que –como puede verse en el cartel preparado para la ocasión– derrocha a raudales el propio Francisco, el pontífice llegado casi del fin del mundo y primer misionero, por tanto, de esa “nueva evangelización”.
 
El Papa asegura que la alegría del misionero llega “incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas”, cuando la fe ni siquiera encuentra una buena acogida. Es la primera vez que el Día de Hispanoamérica tiene lugar en el pontificado de un Papa del Nuevo Mundo. Un Papa, además, que reclama pastores “con olor a oveja” y cristianos comprometidos que den testimonio –de palabra y obra– de su fe. No extrañará, por ello, que siendo presidente de la comisión redactora del documento final de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, celebrada en Aparecida (Brasil) en 2007, el entonces arzobispo de Buenos Aires ya pidiera que fuesen personas “con un ímpetu interior que nadie ni nada sea capaz de extinguir”, y no “evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos”, los que anunciasen la Buena Noticia de Jesús de Nazaret.
 
La misión, “el mayor  desafío” de la Iglesia

Y es que la actividad misionera sigue siendo hoy “el mayor desafío para la Iglesia”. Su importancia es tal que “la causa misionera debe ser la primera”. Así lo considera la propia Iglesia en sus documentos y así nos lo recuerda también el mensaje elaborado por la Pontificia Comisión para América Latina para la jornada de este año. Como ya delata el propio título, el texto del cardenal Marc Ouellet, presidente del organismo, está inspirado en la reciente exhortación apostólica del papa Francisco Evangelii gaudium (“La alegría del Evangelio”). El cardenal Ouellet insta a todos los bautizados a “responder con gozo a la vocación misionera”, algo que no siempre resulta fácil en los tiempos que corren. “Todos tenemos necesidad de renovar nuestra alegría de ser misioneros”, constata el purpurado canadiense. “No obstante nuestro servicio entregado, nos acechan el individualismo, la crisis de identidad, la disminución del fervor, el pesimismo estéril, cierto derrotismo, un cansancio que va mellando nuestras fuerzas físicas y espirituales. Nos pesa cargar con las fatigas y sufrimientos, no solo propios, sino de las comunidades a las que servimos. Es difícil ser testigos de la alegría cristiana en medio de tantas heridas físicas y espirituales que compartimos”.
Que la evangelización es competencia de todos los bautizados es algo que la Iglesia, ahora, no se cansa de repetir. Sin embargo, durante siglos, la transmisión de la fe en el continente americano fue cosa solo del clero, y más en concreto, del clero regular, de las congregaciones religiosas. Si no nula, la presencia de los sacerdotes diocesanos fue más bien escasa, y   realizada a título personal y sin respaldo institucional. Esta realidad, sin embargo, comenzó a cambiar en el siglo XX, con los sacerdotes del IEME y las Misiones Diocesanas Vascas, primero, y con la fundación de la Obra de Cooperación Sacerdotal Hispanoamericana (OCSHA), después.
La OCSHA, organismo dependiente de la Comisión de Misiones de la Conferencia Episcopal Española (CEE), vio la luz en 1949, como instrumento destinado a canalizar el envío de sacerdotes diocesanos españoles a América Latina. Desde su puesta en marcha, han sido ya 2.281 los presbíteros diocesanos enviados a través de esta institución a servir en aquellas jóvenes Iglesias.